la hora del gin tonic
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la hora del gin tonic
este texto no pongo de quien es porque empezais a insultar . lo pongo porque a mi me tambien me gustaria ser asi.
Ninguna hora es tan perfecta como la del aperitivo antes de la cena. A poder ser en un bar de hotel donde la americana sea un requisito y la corbata una batalla ganada. Yo querría estar en Londres cada día a las 8 de la tarde, en el bar del Dorchester, del Claridge's, del Lannesborough o del Sanderson; o en el Salvatore's del maestro Calabrese, que aunque no esté en un hotel es fantástico.
Un Manhattan or maybe two. Es la euforia de estrenar la noche en plena forma, como si todo fuera posible y de todo fuéramos capaces. Recuerdo del ídolo que fuimos cuando éramos solteros y nada nos ataba a ninguna parte.
El Manhattan tiene una textura aterciopelada cuando está en su punto mágico. Whisky Rye o Canadian Club: prepararlo con bourbon es una horterada. La estética de la civilización son dos hombres de pie y cara a cara en una barra de bar de hotel, con un Manhattan en la mano y la otra en el bolsillo del pantalón; la chaqueta debidamente abrochada. Humo en el ambiente, mucho antes de la ley del tabaco. Vivimos en un tiempo en que fue mejor casi cualquier pasado.
No más de siete minutos puede durarte un Manhattan si no quieres que se caliente y pierda su exactitud calculada. Fuera llueve y corre un aire helado cada vez que alguien entra en el bar y el camarero le ayuda a despojarse de su abrigo de cashemir. En esta hora santa todos lo esperamos todo de la vida que pueda quedarnos. Atrás queda el trajín diario y en el horizonte sólo está esta noche con sus horas oscuras y sensuales.
Fluye la conversación y aflora el genio de la euforia del primer Manhattan. Cada frase te queda exacta, estás rápido en la conversación, letal y brillante. Te gustas, te amas. Pides el segundo con un gesto cómplice con el barman. El mundo está bien hecho y la vida está de tu parte.
Éste es el momento más memorable. Luego en la cena todo decaerá, y entre el vino y los gin-tonics te irás extinguiendo de embriaguez y de cansancio. Hoy no es ayer y ya no tenemos 25 años.
Pero te quedan todavía algunos instantes de majestuosidad incuestionable. ¿Quién no se cree inmortal en Londres y con dos Manhattans? Pagas, recuperas el abrigo, sales a buscar un taxi. El frío es una bendición y te sientes tan cerca de Dios que notas como si caminaras sin pisar el suelo, a dos centímetros del asfalto.
Ninguna hora es tan perfecta como la del aperitivo antes de la cena. A poder ser en un bar de hotel donde la americana sea un requisito y la corbata una batalla ganada. Yo querría estar en Londres cada día a las 8 de la tarde, en el bar del Dorchester, del Claridge's, del Lannesborough o del Sanderson; o en el Salvatore's del maestro Calabrese, que aunque no esté en un hotel es fantástico.
Un Manhattan or maybe two. Es la euforia de estrenar la noche en plena forma, como si todo fuera posible y de todo fuéramos capaces. Recuerdo del ídolo que fuimos cuando éramos solteros y nada nos ataba a ninguna parte.
El Manhattan tiene una textura aterciopelada cuando está en su punto mágico. Whisky Rye o Canadian Club: prepararlo con bourbon es una horterada. La estética de la civilización son dos hombres de pie y cara a cara en una barra de bar de hotel, con un Manhattan en la mano y la otra en el bolsillo del pantalón; la chaqueta debidamente abrochada. Humo en el ambiente, mucho antes de la ley del tabaco. Vivimos en un tiempo en que fue mejor casi cualquier pasado.
No más de siete minutos puede durarte un Manhattan si no quieres que se caliente y pierda su exactitud calculada. Fuera llueve y corre un aire helado cada vez que alguien entra en el bar y el camarero le ayuda a despojarse de su abrigo de cashemir. En esta hora santa todos lo esperamos todo de la vida que pueda quedarnos. Atrás queda el trajín diario y en el horizonte sólo está esta noche con sus horas oscuras y sensuales.
Fluye la conversación y aflora el genio de la euforia del primer Manhattan. Cada frase te queda exacta, estás rápido en la conversación, letal y brillante. Te gustas, te amas. Pides el segundo con un gesto cómplice con el barman. El mundo está bien hecho y la vida está de tu parte.
Éste es el momento más memorable. Luego en la cena todo decaerá, y entre el vino y los gin-tonics te irás extinguiendo de embriaguez y de cansancio. Hoy no es ayer y ya no tenemos 25 años.
Pero te quedan todavía algunos instantes de majestuosidad incuestionable. ¿Quién no se cree inmortal en Londres y con dos Manhattans? Pagas, recuperas el abrigo, sales a buscar un taxi. El frío es una bendición y te sientes tan cerca de Dios que notas como si caminaras sin pisar el suelo, a dos centímetros del asfalto.
pantuflo- Moderador
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Re: la hora del gin tonic
que forma mas fina de describir una cogorza
pantuflo- Moderador
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